miércoles, 22 de septiembre de 2010

La casita del placer

Como todos los días, Raúl Pérez se encuentra en el portón de aquella casa ubicada en la cuadra 40 de la Avenida Aviación, siempre cuidando y vigilando atentamente ante cualquier movimiento o ruido extraño, no se encuentra uniformado, pero todos saben a qué se dedica. Para él su trabajo es muy importante, y no es para menos; con una familia que mantener y siendo el único hombre de la casa, debe ser muy cuidadoso. Los patrones no perdonan nada, y el menor descuido de su parte podría ser fatal. Muchos años han pasado y ningún policía ha descubierto aquel prostíbulo clandestino, muchos vecinos lo saben, pero nadie quiere meterse en problemas, grandes carros entran y salen a toda hora, pero sólo se escucha una misma contraseña, hasta ahora, no se sabe que hay adentro exactamente, lo único que si se sabe es que son menores de edad, si son hombres o mujeres, sólo los visitantes lo saben.

Su única distracción es mirar a los carros pasar, no debe escuchar música ni hablar con nadie, dormirse tampoco está permitido, es por eso que no existe silla alguna, tampoco es que tenga sueño, lleva tantos años haciendo lo mismo que se podría decir que ya es un hábito para él estar ahí de lunes a sábado a partir de las 4 de la tarde. Ya son las 11 de la noche; llegó la hora de cambiar de turno, Raúl se va contento a su casa, por fin podrá dormir; mientras tanto, ahora es el turno de Pedro Salas, le toca una ardua noche de trabajo, ya que a estas horas es cuando más entran y salen los visitantes; sin embargo, él a sabe qué hacer, si ve a los municipales cerca, sólo toca el timbre, y de manera mágica, todo adentro cambia.

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