miércoles, 24 de noviembre de 2010

Nueva oferta de correo electronico en el mercado


Mark Zuckerberg se encuentra en la conferencia de prensa anunciando el nuevo servicio de correo de Facebook. Lo presenta como un correo minimalista y aduce que las personas no necesitan más funciones en un correo electrónico; sino que por el contrario, éste nuevo servicio tendrá menos funciones, para hacerlo más sencillo.

“Las personas no deben cerrar su Hotmail, su Gmail o Y ahoo!”, ya que este nuevo servicio no anulará las ofertas ya existentes. Señaló que el acceso al servicio se hará primero por invitación y luego en unos meses se abrirá a todos. La dirección será @facebook.com, y con esto se armonizar diferentes tipos de comunicaciones como los textos, los correos y el chat. Además insiste en que su servicio sabrá gestionar mejor la bandeja de entrada.

La historia de Mark Zuckerberg se dio a conocer en la película “The social network”. Para muchos, una de las más esperadas del año. La dirección estuvo a cargo de David Fincher; por otra parte las críticas aducen que la película se centra en los trapos sucios, asemejándola a una novela mexicana.

En la película muestran al creador de ésta red social, pero según se habla en Estados Unidos, la manera en que muestran al personaje principal no es precisamente la real. Asimismo, se ha comentado que la imagen que le dan a los estudiantes de Harvard no es adecuada. Ante todas estas discusiones sobre cómo ven las personas a la red social “Facebook”, se encargó a una empresa para analizar los cambios en la opinión del público, arrojando resultados por edades; para los mayores de 35 años la película parece haber tenido un impacto negativo y por el contrario, para los menores de 35 años, la imagen ha mejorado bastante.

La orgía perpetua


El premio Nobel Mario Vargas Llosa se encuentra en su casa leyendo una de sus obras del año 1975, titulado “La orgía perpetua”, uno de los mejores ensayos en los cuales el escritor analiza la obra de Gustave Flaubert, “Madame Bovary”. Éste libro articula una reflexión sobre el porqué de la escritura de ficciones y el origen de la vocación literaria en las “decepciones radicales de la vida, experiencias que al enemistarlo con la realidad, le despertaron esa vocación de crear realidades imjaginarias.

En este ensayo el narrador peruano tantea tres diferentes vías de aproximación al texto flaubertiano en una primera parte, de tono autobiográfico, Vargas Llosa se retrata a sí mismo como lector enfervorizado y pasional. La segunda parte es un análisis exhaustivo de Madame Bovary, cómo es y lo que significa una obra en la que se combinan con pericia la rebeldía, la violencia, el melodrama y el sexo. En la tercera parte se rastrea la relación de la obra de Flaubert con la historia y el desarrollo del género más representativo de la literatura moderna: la novela.

Mario Vargas Llosa resulta tan solvente en su faceta de crítico literario como lo es en su oficio de narrador. Del encuentro de una inteligencia narrativa como la del novelista peruano con la obra más importante de uno de los autores esenciales de la literatura universal nace un ensayo que vale por todo un curso de literatura.

EL NOBEL VARGAS LLOSA :

'La escritura es una venganza...un desquite de la vida'

Esta es la historia de dos décadas, las que van desde el fracaso de su carrera política en Perú al éxito del Premio Nobel. Es la historia de un hombre que se sintió 'abandonado' por su pueblo, al que dedicó el sacrificio de dejar la literatura. Es la historia de cómo un fracaso lo convirtió en otro hombre. La escritura fue su desquite de la vida. Su venganza. Y es la historia de cómo Mario Vargas Llosa y sus hijos desnudan desde su residencia en Nueva York sus sentimientos durante las 48 horas que siguieron a la conquista del máximo galardón de las letras mundiales.

Por CAROLINA ARAUJO

Los suecos de la Academia, que parecía que nunca iban a aceptar que Vargas Llosa es uno de los grandes escritores del mundo, finalmente le concedieron el Nobel y además fueron muy explícitos sobre las razones del merecimiento: porque ha sido capaz de contar la cartografía (eso dijeron, cartografía) del poder para mostrar sus miserias y también para expresar la lucha, la revuelta, del hombre por la libertad.

El día en que ganó el Nobel de Literatura alguien le llevó a Mario Vargas Llosa a Nueva York unos dulces de Arequipa (Perú), guargüeros. Estaba feliz, era un premio para el Nobel. Los guargüeros son como unos pestiños rellenos; tienen la apariencia de algunas pastas italianas, y saben a dulce de leche. En ese sabor está su infancia, Arequipa entera.

En ese ambiente blanquecino del apartamento alquilado en uno de los edificios más altos de Columbus Circus (Nueva York), el autor de El pez en el agua parecía, en efecto, un pez en el agua. En el paraíso. Como en la infancia, mimado, agasajado. La infancia acabó cuando tenía 11 años y el padre (al que creía muerto) regresó a su vida. Muchos años después, esos dulces y el Nobel le llevan al paraíso que perdió cuando iba a atravesar la raya de la adolescencia. Ahora esos dulcecitos, que son como los que su abuela le hacía, le llevan a la ya tan lejana infancia.

O no tan lejana. El Nobel, de 74 años, tiene aquellos años incrustados en la memoria como el tiempo en que se hizo a casi todo. Ahí descubrió el amor absorbente por la madre, asimiló que no tenía padre, que este estaba en el cielo o que nunca existió, y descubrió la literatura en los libros que circulaban por la casa grande de la familia enorme con la que se crió.

En ese libro, El pez en el agua, se cuenta esa historia, sin la cual es improbable que alguien tenga una idea cabal de quién es de veras este hombre al que muchos aman y otros crucifican. Los que lo crucifican creen que es un reaccionario que cambió de rumbo y traicionó sus ideas izquierdistas de los años sesenta en que toda revolución tenía su asiento; los que le siguen amando o bien ya lo amaban en los sesenta y entendieron su evolución, o bien simplemente le han leído y saben que sobre esta literatura ahora avalada por el Nobel no valen los tópicos amasados con las ideologías.

A Vargas Llosa le divirtió mucho la palabra cartografía, pero le emocionó verdaderamente el resto de los argumentos. Comentó, ante un grupo de amigos a los que reunió en un bullicioso restaurante italiano de Nueva York: "¡Qué dirán mis críticos!". Enmudecerán. "¡Qué va! Quien está mudo soy yo".

No está mudo, claro que no; se despertó de aquellos catorce minutos de incertidumbre. Creyó que era una broma, como la que le gastaron hace años a Alberto Moravia, pero catorce minutos después le llegó la confirmación: era Premio Nobel de Literatura de 2010. Su hija Morgana, de 36 años, fotógrafa, lo vivió llorando en Lima, con sus dos hijas y con su esposo, Stefan; su hijo Gonzalo, de 43 años, diplomático, funcionario internacional destinado ahora por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en Santo Domingo, lo vivió viajando a Haití, y Álvaro, el periodista, de 44 años, escuchó la noticia "estupefacto, paralizado, y luego feliz" en la casa de Washington donde vive con su mujer, Susana, y sus tres hijos.

Las hijas de Gonzalo están en Suiza, en un internado. Todos los nietos ("tienes que añadir ahí a Jurema, mi perra", dice Álvaro, "que es como otro nieto"; desde Lima, salta Morgana: "¿Y por qué te olvidas de mi pobre D'Artagnan, que está tan viejito?") han vivido de manera peculiar esta noticia, que ha revolucionado la vida familiar de esta gente que come guargüeros allá donde se encuentren. La de los Vargas, gracias sobre todo a la capacidad aglutinadora de Patricia Vargas Llosa, la esposa que también fue (o es) prima, es una familia muy sólida, que celebra en unión los veranos y las navidades, que busca cualquier motivo para juntarse y que se apoya también en los tiempos difíciles. Patricia es la brújula de esta navegación familiar, y en tiempos de incertidumbre (cuando Álvaro y Mario riñeron por cuestiones políticas relacionadas con Perú) ella fue la que condujo el conflicto por las vías que permitían un civilizado, y emocionado, reencuentro. Este tuvo lugar en Miami, cuando a Álvaro le dieron un premio, meses después del desencuentro; el padre, la madre y otros miembros de la familia quisieron acompañar a Álvaro, y ahora este dice: "Fui el culpable", con la misma emoción con que vivió la reconciliación.

Así que aquí, en esta familia, todo se vive como un espectáculo tranquilo, pero bullicioso y coral. Y el Nobel iba a ser un terremoto que a todos les afectó de un modo distinto, pero que conmovió por igual a todos. Hablábamos de los nietos. Gonzalo cuenta que, cuando se supo que el abuelo había ganado el principal premio de las letras mundiales, su hija Ariadna, que tiene diez años, le expresó por teléfono su preocupación infantil. Como él, que tenía peores notas que Álvaro en la escuela, Ariadna no obtiene los mejores resultados, y el premio del abuelo la tenía inquieta. Le dijo al padre: "O sea que, como al abuelo le han dado ese premio, a lo mejor ahora los maestros me piden que saque mejores notas".

A Leandro, el hijo mayor de Álvaro, que tiene ahora 14 años, le preguntaron en la escuela si su abuelo era alguien especial. Y se escondió detrás del flequillo como quien quiere huir de un alud. "No, no es nadie especial", farfulló. Tímida como ese sobrino suyo, Morgana, que ha sido compañera nuestra en EL PAÍS, y que ha acompañado a su padre en algunas de las aventuras más arriesgadas (Irak, Israel, Palestina) o placenteras (los escenarios de El paraíso en la otra esquina) tuvo que superar su retraimiento público cuando sonó la noticia y ella era la única representante familiar que podía hacer declaraciones en Lima.

Para curarse de su timidez, la hija más chica de los Vargas se tuvo que tomar tres copas de champán, y sin palabras todavía hizo que todos los periodistas que se agolpaban ante la vivienda familiar limeña pasaran a brindar y a conversar en esa casa de paredes blancas desde la que se ve el mar violento de la costa que acaricia Barranco. La fiesta adquirió tal carácter que la abuela Olga, madre de Patricia, tía de Mario, de 93 años, abandonó su postración y su desgana ante el mundo, se vistió de nuevo, se puso un pañuelo vistoso en su cuello de persona mayor y empezó a hacer declaraciones ante todas las cámaras de todos los noticiarios.

Se animó tanto con la noticia y con la aglomeración que no solo lloró cada vez que se acordaba del éxito de su yerno el Nobel sino que se atrevió a decir que sí, que ella, como Carmen Balcells (su agente literaria), como Fernando de Szyslo, el artista, quizá el más antiguo amigo de Mario, como tantos otros que han estado siempre cerca, iría también a Estocolmo. Cómo no.

Le preguntó un periodista a doña Olga, a la que también llaman Olguita:

-¿Y ya tiene usted traje?

-Tenía. Pero hemos esperado tanto tiempo que ya está apolillado y tendré que comprarme otro.

Han pasado veinte años. "Es curioso", decía Álvaro, y también lo decía el propio interesado, Mario Vargas Llosa, "mucha gente está de acuerdo en decir que han pasado veinte años desde que mi padre merecía tener el Nobel. Veinte años". Quizá, concedió el hijo mayor, fue porque entonces Mario tuvo su gran derrota política, y a partir de entonces ya fue solo un escritor. Su obra hasta entonces, sin duda, merecía ya el galardón, comentamos nosotros. "Sí, pero si hubiera salido presidente", añadió Álvaro Vargas Llosa, "mi padre jamás hubiera obtenido el Nobel".

O sea que es cierto que le vino Dios a ver cuando se produjo esa derrota. Sí, esa es la opinión de Morgana. Y es la opinión de toda la familia, que por otra parte estuvo implicadísima en esa campaña electoral que tanto placer como dolor produjo en los Vargas, e incluso en Mario, que a veces parece inmune a la naturaleza de los desastres.

Pero esa vez, cuando perdió las elecciones ante un candidato, Alberto Fujimori, que luego subvirtió el orden democrático, ensangrentó el país, robó, etcétera, Vargas Llosa cayó presa de un decaimiento del que fuimos testigos. Llegó a París, poco después del fracaso; había adelgazado cerca de veinte kilos, su delgadez era la delgadez de los derrotados. Su hijo Álvaro, que hizo la campaña muy estrechamente ligado a él, recuerda ese momento como un instante de estupor. Vargas Llosa, el ahora Nobel, podía irse a un lado o al otro de la balanza; su equilibrio, sin embargo, le ayudó a superar el primer lunar verdaderamente serio de su trayectoria. Lo del padre (que le metiera en un colegio militar, que considerara "mariconerías" su pasión por la escritura, su carácter dictatorial) ya estaba deglutido en la memoria. Pero esto era nuevo; perder así, recuerda Álvaro, fue una tragedia.

Como siempre, como ante el desdén del padre, que era un desdén del destino, a Mario Vargas Llosa, dice su hijo, "lo salvó la literatura". En campaña leía "a Quevedo y a Góngora, cada mañana", y así salía a dar mítines, "a prometer un Perú mejor para los ciudadanos". Cuando perdió, "se consideró traicionado por un pueblo al que dedicó el sacrificio de dejar la literatura", y ese desengaño lo maltrató. Hasta que se levantó otra vez, dice Álvaro. "Creo que la escritura de ese libro, El pez en el agua, lo salvó. Él solía guardar sus experiencias algún tiempo, como en La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La casa verde; las deglutía, y luego están presentes ahí, muchos de los viajes y de las experiencias de sus historias son sus propios viajes o experiencias".

Pero esta vez, concede Álvaro, "mi padre decidió tirar por el camino del medio y escribir esas memorias, una parte la memoria política, otra parte la memoria de la infancia. Dos historias, dos momentos de gran felicidad y luego de gran fracaso. Se atrevió". Salió hecho "otro hombre". El padre dice lo mismo. Sentado en uno de sus restaurantes favoritos de Nueva York, donde no hay guargüeros pero hay hamburguesas, Mario Vargas Llosa recuerda esa frustración que, veinte años después, ya no ensombrece su rostro, ahora el rostro feliz de un Nobel reciente.

"Trabajé mucho", dice Mario, "por un proyecto que creía bueno. Y la derrota fue una gran decepción". Pero volvió a lo suyo, "a lo que me estimula más". Escribió El pez en el agua: "Porque quería quitarme la experiencia de encima". "Un escritor tiene la ventaja de que puede convertir un fracaso en materia literaria, y eso lo alivia. La escritura es una venganza, un desquite de la vida".

Volvió, pues, "a la rutina habitual", y ya agarró un ritmo imparable. En estos veinte años, los que van del fracaso al éxito (los dos impostores de los que hablaba Rudyard Kipling, Nobel también, en su poema If), ha escrito novelas alegres, novelas tristes, ha hecho ensayos literarios y políticos, ha hecho periodismo, viajes, ha dado conferencias, se ha metido en líos monumentales (como cuando enfadó a Octavio Paz, su amigo, llamando al México del PRI una dictadura perfecta), ha arrostrado el lugar común de su conservadurismo (que repiten sobre todo los que, como en la famosa anécdota, han hecho con sus libros lo que Sofía Mazagatos: no los leen pero los juzgan), y, en definitiva, ha vivido los altibajos de cualquier existencia "con el entusiasmo y la alegría del que sabe que la vida merece ser vivida".

Para hacer todo eso ha sido preciso "mantenerse en forma, cuidarse, viajar, a Palestina, a Irak, a Afganistán, ha sido preciso ir al Congo, al Amazonas, al Pacífico en busca de Gauguin. La verdad es que no he parado. Y no pienso parar", dice Mario Vargas Llosa, "mientras tenga ilusión y curiosidad y me funcione la cabeza, que de momento creo que me sigue funcionando. La vejez no me aterroriza mientras pueda seguir desplazándome. Me acerco a la muerte sin pensar en ella, sin temerla. Mientras trabajo me siento invulnerable".

Ha cambiado. Mucho. Morgana nunca hubiera creído que aquel obseso por el trabajo sería un día tan buen cuidador de sus nietos, con los que juega y por los que se desvive hasta el límite de las payasadas que contentan a los muchachos. Es ahora más alegre, cree Álvaro, y Gonzalo piensa que algo que siempre ha tenido en cuenta, en su relación con los hijos, y ahora con los hijos de los hijos, "es la experiencia con su padre; jamás ha querido ser el hombre autoritario que él mismo tuvo encima en su adolescencia". Esa experiencia, que el propio Mario confiesa dolorosa, "fue una influencia estimulante para que mi padre nos tratara con enorme tacto", según Álvaro.

Gonzalo recuerda algunos episodios que pueden ilustrar la evolución de esa relación paterno filial. Cuando este joven servidor de la ONU para ayudar a los refugiados era un chiquillo de 16 años resolvió hacerse rastafari; se dejó los pelos hasta los hombros, se dedicó a fumar marihuana y a escuchar reggae, y durante dos años desoyó insistentemente los avisos de su padre para que abandonara esa deriva. Gonzalo era un rebelde; ahora él recuerda que su padre tenía sobre él dos miradas: la del padre y la del escritor: "Y eso convertía su actitud hacia conmigo en una actitud algo cómplice". Hasta que escribió su célebre artículo Mi hijo el rastafari en el que aventó al mundo, con humor y con condescendencia, lo que, además de un drama familiar, dice Gonzalo: "Era también un asunto para su periodismo y para su literatura". Gonzalo ve ahora ese episodio casi como lo vio su padre: "Pero entonces yo sentía la necesidad de rebelarme, como mi padre hizo muchas veces con su propio padre, y yo creo que por eso él entonces me entendió".

Y cuenta algo más Gonzalo que revela esa relación que la vida ha endulzado hasta extremos que el propio Mario confiesa divertido: de aquel padre que los metía a leer obligatoriamente a la salida de la escuela, "cuando todos nuestros amigos jugaban al fútbol", hemos pasado a un padre y a un abuelo que se viste de Papá Noel y es capaz de cargar a los niños para que estos hagan lo que quieran con él. Pero aquella dictadura leve del padre que los hacía leer obligatoriamente "nos dejó una disciplina". "Yo mismo", dice Gonzalo, "vuelvo a esa experiencia de leer todos los días como una de las influencias más valiosas en mi relación con él".

Han cambiado los tiempos; aquel 1990 de la derrota dejó paso a este otro momento de la vida. Pero algo de rencor, algún ajuste de cuentas quedará en los resquicios, le pregunté en ese restaurante típicamente norteamericano donde se comía una hamburguesa típica, a mediodía. ¿No siente como la expresión de una venganza propia el hecho de que Fujimori esté en la cárcel?

No, qué va. "Fujimori no me derrotó, fue una mayoría de los electores peruanos. Yo nunca le ataqué mientras mantuvo la democracia, pero, obviamente, él rompió las reglas del sistema gracias al cual había llegado al poder, y por los delitos que cometió cumple ahora pena. Pero jamás tuve la tentación de desearle un final así. Ni está en mi carácter el ajuste de cuentas. Pero me alegro mucho del juicio justo".

En este tiempo, en estos veinte años que cruzan la vida desde el fracaso al triunfo, ha escrito novelas en las que el sexo se alterna con la aventura, y otras, como La fiesta del Chivo o esta última, El sueño del celta, en las que se aventura por los caminos de la maldad, y aunque él interviene ahí como el contador, el narrador que explora el camino para presentar la historia como si usara un espejo, sí es evidente que quiere trasladar el compromiso moral que hay detrás de toda su obra de esta naturaleza. "La descripción de la maldad", dice, "obliga a una toma de conciencia moral. Si no detenemos a tiempo la capacidad de destrucción del ser humano, el resultado es el horror; ha ocurrido en el pasado, y ahora la democracia frena ese horror. Es un tema obsesivo para mí en los últimos años. Y es un tema recurrente; está en Congo, en esta última novela, está en la Amazonía, en La guerra del fin del mundo, está en la locura terrorista en Lituma, y está, sin duda, en esas dos novelas que dices. Pero también está en mi periodismo; mira lo que he hecho en Irak, en Palestina, en Afganistán".

El infierno en cada esquina. ¿Y el paraíso? ¿Ha reencontrado Mario el paraíso? El autor de El paraíso en la otra esquina, la novela en la que Gauguin se revuelve como una pesadilla a veces gozosa, es consciente de que aquel paraíso en el que era mimado, querido, consentido por toda la familia, "hasta que llegó el padre", no volverá jamás. "No está ese paraíso en la vida real". Pero haberlo perdido "tampoco debió ser una tragedia". "Gracias a eso", continúa, "gracias a que mi padre me metió en un colegio militar, gracias a que me impidió a veces con saña ser un escritor, tuve una experiencia que me dio la oportunidad de escribir con un gran material literario. Si eso no hubiera ocurrido, probablemente yo no hubiera sido un escritor. Y sí, escribir es un placer, te permite salir de cualquier circunstancia terrible, te lleva a defenderte de cualquier adversidad. En ese sentido escribir es mi paraíso".

Y el paraíso es la familia. Le pregunté a Morgana Vargas Llosa qué significado tiene en el padre la figura de Patricia, la madre. "Es la compañera inseparable sin la cual mi padre no sería nada". Dice Morgana que su padre no sabe el número de teléfono de la casa, no sabe ni siquiera su dirección, es incapaz de cambiar una bombilla, desconoce por completo cómo se pone en marcha una lavadora y jamás ha frito un huevo. Pero esta mañana, le digo, su padre me ha explicado, en contra de la opinión de su madre, que el apartamento en el que viven ahora en Nueva York lo paga él y no la universidad. Un detalle de que está atento, ¿no, Morgana? "Qué va. Fíate de mi madre. En eso también ella tendrá razón".

Poco después cacé al vuelo lo que Mario le decía a unos periodistas franceses: "No me sé mi mail, jamás agarro un teléfono que esté sonando, no sé usar los teléfonos celulares. Y solo me acuerdo del primer número que tuvimos cuando nos casamos, hace 45 años. El 46 40 60".

Cómo no introducir en esta retahíla de visiones familiares del Nobel Vargas a Carmen Balcells, la mamá grande de varias generaciones de autores, y muy especialmente la mamá grande de Mario. Una vez Carmen Balcells lo levantó de la silla de sus trabajos forzados en Londres y lo puso a escribir. Lo sentó, por así decirlo, en el paraíso. Ese paraíso tuvo una interrupción que pudo haber sido eterna, cuando la política lo sedujo demasiado. De ese fracaso se levantó hecho otro hombre. Los hijos piensan que ese trozo de paraíso en el que ahora habita con el trofeo del Nobel de Literatura no hubiera sido posible si Patricia no hubiera estado ahí, haciendo que los sueños del escritor se convirtieran en la letra insistente que ahora le premian en Suecia.

El sábado posterior a la concesión del Nobel, Vargas le dijo a su agente, Carmen Balcells, en la radio peruana: "¡Cómo pudiste seducir a los veinte jurados de la Academia Sueca!". Con el mismo humor, la mamá grande de los autores del boom (García Márquez, Donoso, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar) exclamó: "¡Tengo mis recursos!".

Los dos saben que no es cierto. La llave de este paraíso la tiene el genio, que Carmen supo vislumbrar y que Patricia ha cuidado como se cuida un hijo, un nieto, un marido o un sueño. Como cuidaba la abuela la receta de los guargüeros, el inolvidable sabor del paraíso.

Enemigos Intimos


El 12 de febrero de 1976, el escritor Gabriel García Márquez se encontraba en una exposición privada de la película “Odisea en los Andes” cuando de repente ve a Mario Vargas Llosa acercándose hacia él, Gabo le dice “Mario…” cuando de repente su saludo se vio interrumpido abruptamente por un puñete propinado por éste y pasó inmediatamente a estar tirado en la alfombra, bañado en sangre. Ante lo sucedido, Gabo y los demás invitados se sorprendieron ante tal situación; Francisco Igartua, quien se encontraba acompañando a García Márquez, se lo llevó inmediatamente y le consiguió un bistec para bajarle la hinchazón del ojo de Gabo.

El fotógrafo Ricardo Moya fue el que fotografío el ojo morado de García Marquez. Nisiquiera el escritor sabe la razó exacta por la que su “amigo” le dio tremendo golpe, muchos manejan muchas hipótesis, que Gabo le quiso robar la mujer a Vargas Llosa. Ésta por ser una especulación, ya que no se encontraron indicios de que sea cierto, fue dada de baja. Muchos cuentan que cuando Vargas Llosa llegó al hotel donde se encontraba con su esposa, ésta le gritó, ya que la primera razón que se le venía a la mente a las personas era que la pelea fue por un “lio de faldas”, que obviamente involucraba a Patricia, esposa de Vargas Llosa.

Otra hipótesis era que el incidente se debió a las diferentes posiciones políticas que tienen los dos escritores, según el periodista Francisco Igartua dice que el Vargas Llosa le pegó por éste motivo, pero lo disimuló con el incidente de lo que Gabo le hizo a Patricia en Barcelona, declaraciones que fueron negadas por Vargas Llosa quien adujo que todo es falso. Además, para que no queden dudas, Vargas Llosa dijo que su distanciamiento con el escritor fue por un motivo personal.

La tercera de ellas es que el escritopr se dejó llevar por la ira que le causó que Gabo y su mujer le aconsejaran a Patricia, esposa de Vargas Llosa, que se divorcie de él; debido a que éste tuvo un tórrido romance con una modelo norteamericana en Finlandia. Sea cual fuere la razón, esto ha hecho que hasta el día de hoy ninguno de los dos escritores de hable.

"Vendan menos ilusiones"


Caminando entre lo que va a ser el nuevo Museo Metropolitano de Lima, el alcalde de Lima Luis Castañeda Lossio, acusó y deploro la guerra sucia entre Lourdes Flores y Susana Villarán, candidatas al sillón municipal de Lima.

Momentos antes Castañeda Lossio declaró, que deja el municipio con una economía “saludable y transparente”, así mismo, recriminó a los candidatos municipales por prometer que “van a hacerlo todo”. Instó a la población a no creer en muchas de las propuestas de este tipo y señaló que espera que más adelante se dejan de vender tantas ilusiones sino que se enfoquen en realidades.

De esta manera, el alcalde de Lima hizo un llamado a los postulantes al sillón municipal, en estas elecciones a llevarse a cabo este 3 de Octubre, para que sus planteamientos sean más reales y asuman el compromiso “de seguir las cosas que están bien”. Por otra parte, mencionó que espera que su proyecto edil continúe bajo una nueva gestión.

Finalmente, al respecto de este tema, señaló que durante su gestión se logró una importante mejora financiera en el municipio y que hoy, al final de su gestión, “dejamos una economía saneada, limpia, transparente, que nos lleva a Lima a ser una ciudad más solidaria”.

Una semana de locura

Un día llegó a oídos del periodista de El Comercio, Eloy Jáuregui, que los locos del Hospital para enfermos mentales “Victor Larco Herrera” se estaban muriendo. Era el verano de 1987 y había una huelga de médicos y enfermeros de dicho hospital; las autoridades no podían solucionar el problema y, el primer gobierno de Alan García, se desentendió del asunto.

Apenas se entera el periodista, decide ir a hablar con el ministro de Salud y le dice:

- Quiero hacer un reportaje.
- Allí solo ingresan médicos, no periodistas – respondió el ministro.
- Pero se están muriendo los locos – replicó el periodista
- ¡Y a mí que chú! Un loco menos significa un niño mejor alimentado.

Ante la negativa del ministro, b uscó otras maneras de ingresar al centro médico para realizar su reportaje pero nadie le prestó atención. Una noche Jáuregui le dice a su esposa:


- Prepárame mi peor ropa, la más cochina, la más vieja, la más usada. Con este tema me ganaré un premio.
- Esa es la que tienes.


Al día siguiente el periodista se encontraba en la cola del Larco Herrera para internarse. Llegó temprano, y fue preguntado por una de las fuerzas de emergencia que había utilizado el hospital debido a la falta de enfermeros. El lugar lucía como un campo de concentración, resguardado con guachimanes armados con pistolas de perdigones. Uno de estos le preguntó:


- ¿Por qué vienes a internarte?
-Porque quiero matar a mi padre, responde el periodista.
-¿Por qué?
- Porque es aprista.

-Anda al pabellón 7, el de “los malditos”, le dijo el guachimán.

Al llegar al pabellón una persona de edad media le hizo una pregunta muy curiosa:

- ¿Dónde te duele?
- En el estómago y de allí me sube a la cabeza – contestó el periodista
- Nunca saldrás de aquí – replicó el interno.
- ¿Por qué?
- Porque los únicos que salen, primero, les duele la cabeza y después, el estómago.


Cuarenta y ocho horas después el periodista quería salir del hospital e irse a su casa. Cuando hablo con el enfermero le dijo:


- ¡Ya me quiero ir a mi casa!
- De aquí no vas a salir – respondió el enfermero.
- Yo no estoy loco, soy un periodista y he venido a hacer una crónica para luego enseñársela a mis alumnos de la Universidad de Lima.
- Todos los que están acá internados son periodistas, le dijo el enfermero.


Seis días más tarde, Jáuregui, bebiendo cañazo y fumando pie decidió escaparse, y con ayuda de los demás enfermos mentales, logró saltar la pared del hospital. Mientras corría durante su escape por las calles del distrito de Magdalena del Mar, escuchó el grito de los internos:


- Sálvanos, sálvanos Eloy, que el hoy es hoy.
- Sálvanos, sálvanos Eloy, que el hoy es hoy.


Veinte minutos después de estar en la calle corriendo, Jáuregui se acercó al paradero más cercano en busca del moradito. No tenía ni un sol y lo único que se preguntaba era como volvería a su casa. Al detenerse el moradito, el periodista subió y se encontró con el cobrador, quien le dice:


- ¡Ya pe’ huevón! Paga, paga, no te hagas el loco

Gracias a éste reportaje y al trabajo del periodista, el hospital mejoró las condiciones de vida para los internos, cifra que en ese tiempo eran aproximadamente 900 050. Sin embargo, la angustia de no tener dinero y el no saber cuál es nuestro destino, son las principales causas de que las personas pierdan la razón. Es por este motivo que la cifra ha aumentado escandalosamene, ahora hay 10 000 000 de enfermos en los últimos 23 años.

martes, 2 de noviembre de 2010

El paraíso de los marihuaneros:

Las rutas de los viajes sin retorno



La venta de droga hoy en día se ha vuelto un gran problema, han aumentado tanto los vendedores como los consumidores de ésta sustancia; sin embargo no es fácil para la policía dar con estas personas.

Por Carolina Araujo Villagra

Alumna del Taller de Crónicas y Entrevistas 2010-II

Como todos los días Antonio Rodríguez se encuentra en el tercer piso, dentro de su habitación preparando los paquetes, paquetitos y paquetotes de marihuana, los envuelve cuidadosamente para vendérselos a sus clientes de siempre y por si llega algún cliente potencial.

Toda la urbanización ya sabe que de aquella casa que ubicada en el Parque La India, a la altura de la cuadra 9 de la Av. Villarán es donde las personas van a comprar droga, pero nadie dice nada, todos se conocen entre sí, mejor proteger a la familia y no meterse en problemas. Incluso serenazgo prefiere hacerse de la vista gorda. Cual Juanito Alimaña, “todos lo comentan, pero nadie los delata”

Todas las noches visitan la casa un grupo de jóvenes, Antonio con el paso de los años ha adquirido la maña para no ser descubierto en la movida:

-¡Habla! ¿Qué te doy?- dice Antonio

-¡Lo mismo de siempre pues!

-¿La plata?

-¡Que desconfianza! Toma, toma, ¡pero dámelo rápido!

El olor es fácil de reconocer, es por esto que suelen hacerlo de madrugada, muy pocos se atreven a hacerlo a horas de la tarde, sin embargo hay quienes suelen arriesgarse, pero se van a una banca de un parque alejada de las personas.

Felizmente casado

Antonio conoció a Rosa hace muchos años, la conoció gracias a unos amigos que tenían en común, se casaron y tuvieron dos hijos, Antonio y Rossana. Eran muy felices, los años pasaron y empezaron a llegar los amigos de sus hijos a la casa ya sea para estudiar o de visita. Rossana tenía su mejor amiga llamada Claudia.

La mejor amiga de Rossana pasaba demasiado tiempo en la casa, al papá de ésta no le desagradaba en nada su presencia, es más, durante las fiestas éste se le acercaba más de lo normal. Es así que, para desgracia de Rosa, Claudia y Antonio se enamoraron, a partir de ese día, todo cambió.

¡Me voy!

Cada vez que Antonio quería salir con Claudia, su esposa le pedía que por favor no se vaya, sin embargo a éste le importaba muy poco el llanto de su esposa, asi se lo impidieran, igual se terminaba yendo con su amante, pero le gustaba hacer siempre lo mismo para poder humillar a su esposa.

Hoy en día, Rosa se encuentra mal, tras años de aguantar maltratos psicológicos por parte de Antonio quien le echaba en cara cada vez que se iba con Claudia. La señora hoy en día no tiene noción de lo que pasa a su alrededor, el hecho de haber tenido a su ex esposo viviendo tantos años tan cerca de ella, pero más que nada el saber que éste vivía con su amante, la terminó por enfermar del todo. Sin embargo, aprovechando su estado, Antonio regresó a la casa donde vivía con sus hijos y su esposa, tras ser abandonado por su amante.

La ventanita

La Sra. Lucía de Loayza, siempre ha sido conocida por una persona muy irreverente, para algunos, es tan grosera como lo es un hombre. Ella siempre está atenta y mirando por su ventana para ver si pasa algún drogadicto y así ahuyentarlos. A la señora no le importa lo que piensen ni lo que pueda pasar. Es tan indomable, que aduce que es “viuda con marido vivo”.

Siempre que tiene la oportunidad manda indirectas a los vecinos aduciendo que ninguno es capaz de hacer algo para erradicar la venta de droga.

En el parque

No hay muchas personas capaces de caminar por ese parque de madrugada, la gente prefiere irse por otro camino para evitar encontrarse con éstos personajes. Sin embargo, hay gente como la Sra. Elizabeth Alva, que pasa sin temor alguno.

Los que en ese momento están sentados en las bancas, saludan a la señora como si la conocieran de toda la vida, al preguntarle si los conocían, ella dice que no, pero es mejor saludarlos para estar tranquilos.